Todavía hay margen para rebajar las emisiones y evitar los peores escenarios de un fenómeno que convertiría el planeta en un lugar hostil. Para ello debe actuarse con premura desde todos los frentes, pues en la crisis climática todos tenemos una responsabilidad.
La reciente DANA, de tan trágicas consecuencias en el Levante español, ha constituido un fenómeno impactante en el panorama climático, si bien se habían producido precedentes en otras partes del planeta, como Polonia o Libia. La temperatura de las capas superficiales del Mediterráneo se encuentra 2ºC por encima de las últimas décadas del siglo pasado, algo que también comparten otros mares del mundo como el Caribe, imprimiendo más fuerza y frecuencia a los huracanes. Es cierto que en nuestras latitudes se han dado «gotas frías» con regularidad, pero no de la envergadura actual, cuyo frente de 200 kilómetros se coloca muy por encima de los episodios estacionales (10-20 kilómetros), actuando fuera de la época convencional, generalmente al fin del verano. La cantidad de agua evaporada (y precipitable) es muy alta, aunque ignoremos cómo, dónde y cuándo descargará.
La 29 Cumbre del Clima –en esta ocasión en Bakú, Azerbaiyán– llegó en un momento en que las emisiones de gases invernadero han ascendido 1,3% y la temperatura mundial permanece con un incremento de 1,5ºC, lo que ofrece unas perspectivas sombrías, ya que de continuar en esta senda llegaríamos a fin de siglo con un aumento de temperatura de 3,1ºC, con las trágicas consecuencias tantas veces enumeradas (fenómenos meteorológicos extremos, subida del nivel del mar, interferencias en las corrientes marinas…), de las que todavía no somos plenamente conscientes. Y es que está en juego, no ya nuestra calidad de vida, sino la supervivencia, especialmente la de las poblaciones vulnerables.
Es bueno que 200 altos representantes de los gobiernos del mundo se reúnan para tratar el clima, a condición de lo que se acuerde sea vinculante. Porque si no hay control ni sanciones a los compromisos incumplidos, las reuniones se vuelven inoperantes. Hoy se precisa el fin de las subvenciones a los combustibles fósiles (y su progresivo abandono), la implantación equilibrada de las energías renovables, la constitución de un Fondo de Acción Climática, el desarrollos del hidrógeno verde, la reducción del metano emitido desde vertederos y ganadería, las iniciativas sostenibles (como el programa Harmoniya) para la agricultura, las ciudades resilientes, verdes y saludables, la reducción de las emisiones procedentes del turismo o la integración del agua en las políticas climáticas.
A todos nos concierne frenar la crisis climática
Todavía hay margen para rebajar las emisiones y evitar los peores escenarios de un fenómeno que convertiría el planeta en un lugar hostil. Para ello debe actuarse con premura desde todos los frentes, pues en la crisis climática todos tenemos una responsabilidad diferenciada: corresponde a las Conferencias internacionales tomar acuerdos globales y a los Estados implementarlos, pero las Administraciones regionales y locales deben asumir también las suyas, promoviendo viviendas eficientes y comunidades energéticas, diseñando planes para reducir el tráfico motorizado, y fomentando la renaturalización urbana, desde el patio escolar al río o al cinturón verde, entre otras medidas.
Y, desde luego, el ciudadano puede contribuir con una climatización adecuada de sus viviendas y lugares de trabajo, separando selectivamente los residuos, utilizando el transporte público dentro y entre las ciudades, eligiendo alimentos saludables, de cercanía y temporada, y reduciendo, en general, el consumo, pues detrás de cada producto (desde una camiseta a un móvil) hay importantes cantidades de energía invertida y de recursos escasos.
A todos nos concierne frenar la crisis climática. No es ajena a la injusticia estructural, el enriquecimiento rápido, la codicia y la desigualdad por lo que las propuestas deben ser ambientales y sociales: no se puede crecer sin límites. La naturaleza es asombrosa, es fuente de inspiración y vida, madre y maestra, a condición de que se respeten sus ritmos y sus leyes, de lo contrario puede ser temible. Solo con un clima equilibrado podemos confiar en el futuro y el momento de actuar es ahora.
Articulo procedente de la revista Ethic, Leer artículo