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Un San Valentín castizo

San Valentín es una festividad con la que pueden estar más o menos de a cuerdo aquellos que se encuentren felizmente enamorados (y también los que no lo estén, por supuesto).

Hay quienes se basan (o se escudan) en un argumento “comercial” para dar un rodeo y evitarse el regalo y la cena de este día. Hay quienes lo viven intensamente e incluyen una escapada a algún destino con encanto, quienes regalan diamantes y quienes con el clásico combinado “flores y bombones” dan por satisfechas a sus parejas.

Independientemente de que seamos impulsores o detractores de esta manifestación mundial del amor, lo que es indudable es que en Madrid celebrar que existe es un acierto.

Podemos comprobarlo de un vistazo, pero no de uno cualquiera: desde las alturas que han otorgado a nuestra ciudad la cualidad de “Ir al cielo” desde ella.

Una de las más conocidas es la Azotea del Círculo de Bellas Artes. Centinela del edificio es la escultura de Minerva, diosa romana de la sabiduría y el arte. A 56 metros sobre la Calle Alcalá, ofrece unas vistas que abarcan desde la Sierra de Guadarrama (situada al norte de Madrid) hasta el Cerro de los Ángeles (sur). La entrada general tiene un precio de 4 euros y su horario de apertura se alarga hasta las 21:00 horas durante todos los días de la semana.

Otro lugar desde el que podemos echar un buen vistazo (romántico) a Madrid es desde el Cerro del Tío Pío. Rebautizado con el nombre de “Parque de las Siete Tetas” y situado en el distrito Puente de Vallecas, este particular emplazamiento para enamorados cuenta con siete colinas desde las cuales podemos otear el horizonte madrileño con una panorámica muy especial.

Paso siguiente natural a contemplar un atardecer tan espectacular como el que ofrece Madrid es, cómo no, salir a cenar.

Su oferta gastronómica incluye opciones deliciosamente románticas para todos los paladares.

¿Qué tal si optamos por un buen arroz en patella? ¿Cómo? ¿Qué no sabéis lo que es? Es la herramienta de trabajo principal (y elemento de presentación de los platos) de “Casa Benigna”. De cobre macizo, recubierta de cromo exavalente y otra serie de cualidades y materiales más, este peculiar utensilio de creación propia de la casa sirve los mejores arroces secos de la capital.

Pero de esta patellería con aires y colores traídos directamente del Mediterráneo no sólo se destacan sus recetas, su sugerente y original presentación o su más que repensada selección de vinos. Nos quedamos y repetimos por su gente, que más que atenderte y servirte un arroz con bogavante te abre las puertas de su casa y te sienta en el lugar de honor de su mesa para que formes parte de esa gran familia levantina.

Otra de las opciones que proponemos para acompañar el Día de los Enamorados de una buena cena es aderezar la misma con un buen brillante. Con un pan ni demasiado duro ni demasiado esponjoso, su magnífico rebozado y un chorrito de limón (y su pizca de mayonesa, por qué no, ya que pecamos…), este imprescindible de Madrid, el bocata de calamares de “El Brillante”, puede resultar todo un acierto si sabemos hacerle entender al enamorado la similitud de esta joya de la corona madrileña con una buena piedra preciosa engarzada en oro.

Para los que sean más de merienda que de trasnoche también hay alternativas románticas (a la par que a la última y saludables).

Il Tavolo Verde, en la calle Villalar 6, tiene ese estilo casero, vintage y de campo que enamora a cualquiera. Comida orgánica, mobiliario deliciosamente envejecido (y listo para que lo luzcas en tu terraza o la cocina, está en venta), libros y arte: un rincón íntimo e inspirador perfecto para celebrar que la verdadera felicidad reside en las pequeñas cosas.

Afortunadamente San Valentín tiene esta parte maravillosa de servirnos de excusa para saltarnos la fase de mantenimiento del ciclo “Pollo y plancha” post navideño que ya comentamos en el blog el mes pasado.

Engalanarnos y perfumarnos (irse de compras previas incluso para que el outfit sea perfecto y el enamorado/a se rinda a nuestros encantos), los nervios ante ese ramo de flores que nos encontraremos nada más llegar a la oficina… Uy. Creo que acabo de tocar una tecla delicada. ¡No os preocupéis! Os lo ponemos fácil y os damos una buena referencia para que no falten esas flores y evitar así el mohín de disgusto de la amada mientras sorbéis los spaghettis esa noche.

Su nombre es Moss, su centro de operaciones florales se encuentra en Don Ramón de la Cruz 51 y su producto viste tanto o más que la seda más fina de un traje de alta costura. Y es que son “Haute couture”, así se definen y así lo muestran y demuestran a la hora de diseñar sus arreglos para eventos, hoteles, restauración y sus bouquets y ramos de novia.

Su composición de color, equilibrada e intensa, su juego de texturas y ese toque romántico y campero hacen de estas “flores de alta costura” un detalle diferente y único.

Y sí, lo sé: este ensayo acerca del Día del Amor se ha ido reconduciendo solo hacia el camino del “Combo de flores y bombones” al que me he referido anteriormente (con cierta tirantez, no voy a negarlo).

No voy a aconsejar a nadie que compre una caja al uso en el supermercado y la aderece con cuatro flores: os voy a remitir a 1914, año de la Fundación de la pastelería-bombonería “La Duquesita”. Entre sus paredes centenarias se sirven corales de chocolate, piononos y champagne. Macarons de fruta de la pasión, nubes de frambuesa, Tarta Sacher y de limón y bizcochos de albahaca y menta. Para acompañar las flores te puedes llevar unos bombones de anís, de naranja o lima, de avellana, de yuzu o de vainilla de Tahití.

Después de una reforma que puso especial hincapié en mantener no sólo espejos, mostrador y vitrinas, sino el arraigo en la tradición estética y conceptual de lo que es una confitería “de toda la vida”, reabrió sus puertas bajo la dirección de Oriol Balaguer.

Dulces y bombones: el gesto de cortesía por excelencia y que conquista corazones a todas las edades. Nunca falla.

Un atardecer en las alturas, típicos tópicos que no dejan de encantarnos, sabores y lugares de siempre y por descubrir. Plazas, esquinas, callejuelas y callejones en los que entrelazar las manos y perderse mientras disfrutamos de la presencia de nuestro “otro yo”.

O de un buen libro: sobre amores (y formas de celebrarlos) no hay nada escrito.

Y es que Madrid enamora… con todas sus letras.

Un San Valentín castizo