La primavera ha llegado por fin para instalarse en nuestro ánimo, llenar las aceras poco a poco de turistas (y madrileños, que la calle también nos encanta) y para desplegar los toldos de las terrazas.
“El Terraceo”, cultura más que extendida (y amada) por todos, de fuera, de la zona y de todas partes, se inaugura para regalarnos unos meses de risas, encuentros y confidencias al más puro estilo madrileño que no deja indiferente a nadie.
En este post vamos a hacer una pequeña ruta por lugares nuevos, emblemáticos y que, ante todo, nos brindan la oportunidad de compartir y disfrutar de uno de los aspectos más apetecibles de nuestra ciudad.
Vamos a empezar haciendo un pequeño viaje por las alturas.“The Hat” es la guinda perfecta del pastel de un obligado paseo de tarde por la Plaza Mayor y alrededores.
En su hall encontramos unos cómodos (e íntimos) rincones en los que sentarnos (copa en mano) mientras esperamos para subir a su terraza.
Un buen cóctel y algo rico de picar caen seguro mientras nosotros cumplimos con esa famosa frase de “De Madrid al cielo”.
En cuanto a su estética, “The Hat” cuenta de terraza para adentro con ese estilo envejecido y campero que de unos pocos años a esta parte nos ha robado el corazón a unos cuantos. De sus exteriores lo que recibimos es una vista muy “gata”; tejados y chimeneas que nos transportan de un vistazo a ese Madrid tradicional y de principios del siglo XX tan nuestro y tan presente en los barrios madrileños con más movimiento.
Si es tarde/noche nos encontramos con ganas de caminar un poquito más y llegamos a la Plaza de Oriente podemos acercarnos al “Café del Río”. Propiamente pertenece a la zona de Madrid Río y nos ofrece, desde su posición privilegiada enfrente del Palacio Real, una buena vista de los edificios más espectaculares de Madrid.
Un paseo por el Mercado de San Miguel, ya que nos encontramos por la zona, es una buena opción si lo que nos apetece es un poco de “jaleo” y mezclarnos con el gentío.
Si bien es cierto que uno anda un poco a trompicones (también dependiendo del día y de la hora, claro está), lo que no se pone en duda es que la oferta gastronómica es amplísima y que encontramos prácticamente “de todo”.
Desde un arroz negro o con verduras hasta ostras, empanadas argentinas, “pescaíto”, sushi, vino, cerveza, sangría, sidra y todos los géneros de alcoholes tradicionales posibles, frutas y batidos y zumos sanísimos y dulces de todos los tipos y nacionalidades.
No entra dentro de la clasificación de “terraza”, por supuesto, pero el que se encuentre abierto por todos sus flancos hace del Mercado de San Miguel un lugar idóneo para empezar una ruta de bares y terrazas en esta época del año.
Cambiando un poco la orientación en nuestro mapa, redirigimos la brújula a una zona de Madrid muy distinta pero también con mucho encanto (y sí, un poco más cara).
En el Barrio de Salamanca nos encontramos de frente con unos cuantos rincones con mucha magia.
“Siempre nos quedará París”, que dijo célebremente Rick Blaine a su amante en “Casablanca”.
A nosotros nos queda el “Café-Bristot” en la terraza del Institut Français. Situado en el viejo palacio de la calle Marqués de Ensenada, tiene ese toque fino y elegante tan distintivo de los ambientes de “la France”.
Repostería casera, quiches, “french fries” y platos más elaborados como su magret de pato, salmón al eneldo o su amplia variedad de pastas.
Este café afrancesado y su tranquilo jardín, aislado del devenir frenético madrileño es, definitivamente, un buen lugar para perderse.
Otro lugar por el que dejarse guiar por la intuición (y el hambre y la sed) es el Callejón Puigcerdá. La sensación que da pasar por su lado (o aventurarse en él) es de que el tiempo se ha parado y nos encontramos de repente en un “mew” londinense (uno de los callejones típicos de esta ciudad que fueron especialmente creados para guardar los caballos y los carros de la aristocracia).
“Los Gallos”, “Babelia”, “NO Restaurant”, “La Máquina”…Encontramos desde la cocina más delicatessen a los platos más tradicionales, fantásticos vinos y un ambiente clásico y con clase que, repito, te transporta a otro lugar y otro tiempo.
Y ya que hemos perdido nuestros pasos por “La Milla de Oro” rematamos en algún local bonito (por dentro y por fuera). En “El Gordo de Velázquez” podemos optar por la vía de los huevos fritos con chanquetes y de la ensaladilla rusa con Cangrejo Real o atrevernos con sabores del otro lado del charco como el ceviche peruano (o de más cerquita, con unos canelones).
Pero de este local en pleno Velázquez no sólo nos podemos ir gastronómicamente satisfechos sino que botánicamente también. ¿Cómo? Pues llevándonos debajo del brazo unas flores de las que decoran su terraza (que es una monada, no hay una forma mejor de expresarlo), ya que están en venta.
Comer y beber (y en Madrid y en España en general) siempre es un placer. Pero la parte con la que todos nos quedamos de pasar un buen rato entre cervezas, tapas y amigos es precisamente eso, disfrutar de los nuestros haciendo algo “muy nuestro”: compartir un rato de charla y risas a la luz del Sol que más apetece en Madrid: el de la primavera.
¡Feliz “terraceo”!